jueves, 8 de julio de 2010

Para el Riachuelo, un puente escenográfico

Es una obra que luce espectacular, pero sus atributos son inútiles. Su forma estructural general es falsa, ya que no cumple ninguna función de soporte. Se puede hacer una obra llamativa sin ocultar su verdadera esencia.

De lo que se ha dado a conocer del proyecto del nuevo puente sobre el Riachuelo, sobresale su fuerte e impactante imagen, monumental y emblemática, que funciona a primera vista como ícono de valores como el progreso y la modernidad. Esto es bienvenido, ya que las obras públicas y sobre todo las ubicadas en lugares clave, desde el punto de vista turístico, tienen un doble rol, por un lado el funcional, y por otro el comunicacional y simbólico.
Sobran ejemplos que ilustran las postales de las capitales del mundo. En la ciudad de Buenos Aires, tenemos al Planetario, nuestro Obelisco, y el más reciente Puente de la Mujer en Puerto Madero, entre otros.
La función del Nuevo Puente sobre el Riachuelo es, obviamente, la de servir de nexo entre ambas márgenes, pero su elaborada e impactante imagen, que transmite sin duda un mensaje simbólico, encierra ciertas contradicciones. La forma estructural general es falsa, ya que no cumple ninguna función de soporte; cuenta además con tensores falsos, que no sostienen nada excepto una escenografía de progreso y modernidad. Se trata de una obra que luce espectacular, justamente por sus atributos inútiles, la que podría convertirse en símbolo de esa inutilidad. La particular y llamativa forma curva esta diseñada en contra de la lógica estructural, ya que los arcos deben apoyarse en sus extremos para servir de sostén. En este caso extraño, los arcos quedan suspendidos en el aire, sin poder ejercer su función de sostén. Dada esta configuración, es más posible que la plataforma del puente sea la que sostenga toda la superestructura escenográfica de arcos y tensores, que a la inversa. Además, los tensores verticales, que deberían permanecer tensos para sostener el puente, en realidad tenderán a aflojarse ante las naturales deformaciones que sufrirá la estructura durante el uso. Esto obligará a un sobredimensionado físico y económico, para poder sostener el conjunto, a pesar de su forma caprichosa. Por esta razón, podría constituirse en un símbolo del despilfarro de recursos públicos, de ostentación innecesaria, o de simple irracionalidad. El color de la pintura contiene un mensaje inequívoco, aunque cuestionable: se trata de una obra de Mauricio Macri.
Toda la idea es evidentemente producto de la toma de decisiones desconectadas de las artes y ciencias de la ingeniería y la arquitectura, cuya principal función es la de realizar mejoras en el hábitat aumentando la calidad de vida de los habitantes.
El problema parece estar originado en una disociación entre la imagen y la realidad. Como si para lograr una obra impactante fuera necesario ocultar la verdadera esencia, o disfrazarla de otra cosa. Quizás este sea un problema más amplio de nuestra sociedad, que sobrevalora las apariencias por sobre la realidad, a tal punto que muchas de las acciones de gobierno operan más sobre las sensaciones que la ciudadanía tiene de la realidad, que sobre la realidad misma.
La buena noticia es que es posible diseñar una obra espectacular, llamativa, y además que sea esencialmente verdadera al mismo tiempo. Solo se requiere convocar a la inteligencia y habilidades profesionales, que sobran en la Argentina.
Así como las elecciones son la mejor manera de seleccionar a los gobernantes, y las licitaciones públicas son el mecanismo apropiado para garantizar la mejor oferta económica, los concursos de proyectos son la mejor manera de tomar las decisiones de diseño que determinan la evolución de nuestra ciudad, y su identidad cultural en una sociedad democrática.

No hay comentarios:

Publicar un comentario